Beatos Francisco de Santa María, Bartolomé Laurel Antonio de San Francisco, presbíteros y compañeros mártires de Japón

Los beatos Francisco, Bartolomé y Antonio, de la Orden de Hermanos Menores, junto con 12 seglares japoneses, fueron martirizados en Nagasaki (Japón) en agosto de 1627, quemados vivos o decapitados. Francisco nació en Montalbanejo (España), entró de joven en la Orden franciscana y recibió la ordenación sacerdotal. Pidió ir a misiones y, después de trabajar 14 años en Filipinas, pasó a Japón, en plena persecución religiosa, acompañado de Bartolomé, hermano laico que había vestido el hábito franciscano en México (¿oriundo de Sevilla?), médico y catequista. Se dedicaron a atender clandestinamente a las comunidades cristianas desasistidas, y se les unió como catequista un joven cristiano japonés, Antonio, que profesaría la Regla franciscana estando ya en la cárcel. Con ellos fueron arrestados, encarcelados y martirizados ocho terciarios franciscanos y cuatro terciarios dominicos. El 7 de julio de 1867 fueron beatificados, con otros muchos, por Pío IX.


El ingenio de numerosos japoneses hizo que, cuando ya la persecución contaba trece años, siguiera habiendo misioneros en el país y sitios donde poder vivir escondidos y administrando los sacramentos. Las autoridades redoblaban sus pesquisas y lograban muchas veces encontrar el escondite de los misioneros y prenderlos junto con sus hospedadores. Éste fue el caso de estos quince mártires, tres religiosos y doce laicos, que sufrieron muerte por Cristo en Nagasaki siendo o quemados vivos o decapitados.

Damos los datos de cada mártir:

Francisco de Santa María era el único sacerdote del grupo, y había nacido en la población manchega de Montalbanejo. Muy joven entró en la Provincia de San José de los franciscanos descalzos, en la que hizo la profesión religiosa y se ordenó sacerdote. Se ofreció para ir a las misiones y en 1609 marchó a Filipinas, donde trabajó con mucho celo por la conversión de los nativos y la salvación de las almas. Llevaba ya 14 años en Filipinas cuando se le propuso la posibilidad de pasar a Japón, pese a que estaba vigente la persecución y se corría un gran peligro. Hay que decir por tanto que incluyendo la perspectiva del martirio es como el P. Francisco de Santa María se ofreció para ir a Japón, a donde marchó acompañado del hermano Bartolomé Laurel. Desembarcaron ambos religiosos en una playa próxima a Nagasaki y como no tenían asignado un puesto de misión fijo, lo primero que hicieron fue enterarse de qué comunidades estaban más desasistidas, pues era su intención cubrir los puestos más abandonados religiosamente a causa de la persecución. Su vida fue, pues, itinerante, y ciudades, aldeas, caminos y bosques, altas montañas y ríos fueron los sitios por donde ambos misioneros hubieron de pasar continuamente. Tenían los misioneros la consigna de no exponer las vidas sino reservarse para poder ejercer el apostolado, ya que el martirio dejaba sin obreros el campo evangélico. Como la búsqueda policial arreciaba más, en algunas ocasiones se vieron los misioneros obligados a vivir en los bosques, únicos sitios de mayor seguridad, albergándose en pobres cabañas y pasando grandes privaciones. Pronto tuvieron una estimable compañía: un joven cristiano japonés que se había unido a ellos, profesaría, ya preso, en la Orden franciscana y se convirtió en su guía y mentor, con la garantía de pasar muy inadvertido por ser nativo. Se trataba del Beato Antonio de San Francisco, que morirá mártir con sus dos compañeros. Así pasaron cuatro años de intensa y fecunda labor apostólica.

En la primavera del año 1627 estaban en la casa del Beato Gaspar Vaz el P Francisco y el Hno. Laurel junto con un grupo de cristianos para celebrar allí la eucaristía. Un apóstata se enteró y avisó a la policía. Ésta llegó con presteza y rodeó la casa, y todos hubieron de entregarse. No estaba fray Antonio, pero al enterarse de la detención acudió a declarar su cristianismo y quedó igualmente preso. Fueron todos llevados a la cárcel y allí se dedicaron a la oración, animándose mutuamente a permanecer firmes en la fe. Juzgados, se les condenó a muerte: los dos misioneros extranjeros y otros cristianos serían quemados vivos y los demás decapitados.

Bartolomé Laurel es tenido por mexicano, generalmente, pero la archidiócesis de Sevilla, cuando su beatificación en 1867, alegó que en realidad Bartolomé Díaz, apodado Laurel, había nacido en el Puerto de Santa María, provincia de Cádiz y diócesis de Sevilla, y que había marchado a México cuando muchacho, y por ello lo agregó a su propio de los santos, lo que igualmente hizo en 1980 la diócesis de Jerez, cuando se constituyó, al quedar el Puerto de Santa María dentro de la diócesis jerezana. Buscado en el archivo parroquial de la iglesia mayor del Puerto, única existente entonces, un Bartolomé Díaz, apodado Laurel, no aparece, pero ello es lógico si Laurel era un apodo como alegan los escritores hispalenses, pero sí aparece un Bartolomé Díaz en 1593 que podría ser nuestro beato. Tras marchar a México en la niñez, se establece en la ciudad de Valladolid, hoy Morelia, y en el «Libro de profesiones» del convento franciscano de dicha población, que se conserva, está registrada su profesión: «Hoy, 18 de octubre de 1617, ha profesado solemnemente la seráfica regla el joven Bartolomé Díaz, llamado también Laurel».

Profesó como hermano lego y no mucho después se ofreció para las misiones, marchando a Filipinas en 1619. Establecido en el convento de su Orden en Manila, se dedicó al estudio del japonés y a la práctica de la medicina y la enfermería. El convento tenía anejo un hospital en el que se daba acogida a los marineros y comerciantes japoneses que arribaban enfermos a la ciudad. Allí practicó la lengua japonesa y la enfermería, llegando a ser un notable profesional. En 1623 llegó la hora de su ida al Japón, siendo asignado como compañero y ayudante del P. Francisco de Santa María. Se le ha llamado guía y vanguardia del P. Francisco, porque era Bartolomé quien programaba los viajes y actividades, y porque junto con el hermano Antonio de San Francisco estudiaba cuáles eran los sitios más seguros para conducir allí al sacerdote sin peligro. Se adelantaba él muchas veces a aquellos lugares, y llevaba personalmente sobre sus hombros el fardo con los ornamentos y enseres del culto divino. Él y fray Antonio se encargaban también de las primeras lecciones de catecismo a los catecúmenos, quedando para el sacerdote la preparación más inmediata. Estos cursos de catequesis eran breves porque breves tenían que ser las estancias de los misioneros, pero suplía el fervor lo que el tiempo no daba de sí. Igualmente preparaban a los niños y a los demás cristianos a la recepción fructífera de los sacramentos. Atendía también a domicilio a los enfermos cristianos, y, cuando era llamado, también a los paganos, corriendo por caridad un grave peligro. Consta el amor que ponía fray Bartolomé en la preparación de los niños a la primera comunión.

Antonio de San Francisco, cuyo nombre nativo no hallamos en las fuentes, era un cristiano japonés que, pese a la persecución, se había ofrecido para ser catequista y que, cuando llegaron a Japón en 1623 el P. Francisco de Santa María y el Hno. Bartolomé Laurel, quedó unido a ellos en su labor apostólica. Primero siguió ejercitando a su lado la labor catequética, y luego, viendo la santidad de ambos religiosos, se sintió inclinado a compartir con ellos la profesión de la Regla franciscana y le pidió al P Francisco que lo admitiera, lo que el padre haría posteriormente. Continuó a su lado e hizo con ellos los trabajos que hemos relatado más arriba. Cuando en la primavera de 1627 fueron ambos religiosos arrestados con un grupo de cristianos, Antonio, que estaba en una casa vecina, sintió el ruido formado por los guardias y entonces salió a ver qué pasaba. Vio que se llevaban a los misioneros y a los cristianos reunidos para la misa. Movido del íntimo deseo del martirio, corrió a casa del gobernador y le dijo estas palabras:

«Vos tenéis una multitud de espías, delatores o verdugos; considerables son las recompensas prometidas a los delatores. Pues ahora está aquí un delator que viene a denunciar a un adorador de Cristo. Este adorador soy yo, que desde hace muchos años me dedico a sostener a los fieles y a convertir a los paganos, muchos de los cuales han sido convertidos a la fe [...]. Quiero de vos la recompensa por mi delación, la de ser asociado a mi querido padre y a mis queridos hermanos en la prisión, los padecimientos y la muerte».

Arrestado en el acto, fue enviado a la cárcel con los demás, y viendo seguro el martirio, reiteró al P. Francisco su deseo de ser franciscano, a lo que el padre accedió y le permitió, en tan especiales circunstancias, profesar la regla franciscana. Fue condenado a ser quemado vivo.

Gaspar Vaz y su esposa María eran un matrimonio sinceramente cristiano, cuya casa estaba siempre abierta a la acogida de los misioneros. Ambos eran terciarios franciscanos. Gaspar hizo una casa especial para los religiosos y la registró a nombre de su amigo Cufioye que en la cárcel se haría cristiano y moriría mártir. Descubiertos y arrestados, se hizo todo lo posible por lograr su apostasía, pero ellos permanecieron firmes en la fe, y así fueron condenados a muerte. Gaspar fue quemado vivo y María decapitada.

Magdalena Kiyota era una mujer de clase alta, pariente del rey de Bungo. Era terciaria dominica y al quedar viuda se dedicó por entero a Dios haciendo los votos de pobreza, castidad y obediencia ante el Beato Domingo Casteller y realizando innumerables obras de caridad. Tenía en su casa un oratorio donde los sacerdotes decían misa discretamente. Descubierta como cristiana, confesó la fe con valentía hasta dar la vida por Cristo.

Cayo Jiyemon o Xeimon nace en Coray, en las Islas de Amacusen. Su inquietud religiosa le llevó a ser bonzo, pero cuando conoció el cristianismo se convirtió a Cristo y se hizo terciario dominico. Fue un buen catequista y fervoroso cristiano. Fue quemado vivo.

Francisca, llamada Pinzokere, era una virtuosa viuda, terciaria dominica, que vivía con gran recogimiento y modestia, y tenía un oratorio en su casa. Arrestada, mostró gran serenidad en su detención. Fue quemada viva.

Francisco Kurobioye era natural del distrito de Chicungo y fervoroso cristiano. Muy unido a los religiosos dominicos, a los que sirvió como catequista y ayudante, fue acusado de hospedar a los misioneros. Rehusó firmemente la apostasía. Fue decapitado.

Francisco Kuhioye o Cufioye había nacido de familia pagana en el distrito de Chicungo. Vivía de forma honesta y trabajaba de carpintero cuando conoció al Beato Gaspar Vaz y se hizo amigo suyo. Le permitió registrar a su nombre una casa destinada a albergar a los misioneros. Descubierta la casa, fue acusado de no delatar a los misioneros y llevado a la cárcel. Aquí convive con los misioneros y cristianos detenidos, lo que le lleva a pedir el bautismo, que tras la oportuna instrucción le administró el Beato Francisco de Santa María, tomando el nombre cristiano de Francisco. Se inscribió en la Orden Tercera de San Francisco. Fue quemado vivo.

Luis Matsuo Soyemon (Matzuo Someyon) era un cristiano fervoroso, terciario franciscano y que ponía su casa al servicio de los misioneros. Descubierto, fue arrestado e impelido a apostatar, a lo que se negó tenazmente. Fue decapitado.

Martín Gómez usaba, como otros mártires, apellido español, pero era un cristiano japonés fervoroso y terciario franciscano, que daba hospitalidad generosa y valientemente a los misioneros, por lo que fue arrestado y encarcelado. Resistió las llamadas a apostatar y murió decapitado.

Tomás Wo Jinyemon era un vecino de Nagasaki, cristiano fervoroso y terciario franciscano, a quien se sorprendió teniendo en su casa a misioneros. Arrestado y preso, se negó a apostatar. Fue decapitado.

Lucas Kiyemon era hijo de una familia acomodada de Fingen, donde había nacido en 1599. En Meaco conoció a los franciscanos, se hizo cristiano y terciario franciscano. Muertos sus padres, reparte su pingüe fortuna entre los pobres y dota el hospital para pobres que tenían en Meaco los religiosos y se puso a prestar en él sus servicios. También colaboraba en la catequesis. Cuando llega la persecución en 1614 es exiliado pero vuelve en 1618 y se instala en una casita junto a la del Beato Gaspar Vaz, fabricando un escondite para los misioneros. Arrestado al mismo tiempo que Gaspar, se le acusó de no delatar a los misioneros. Se negó a apostatar. Fue decapitado.

Miguel Kizayemon o Kirayemon, nacido en Conga, fue abandonado por sus padres. Un mercader español lo recibe y hace su criado y se lo confía al franciscano Francisco de Rojas, que lo instruye en el cristianismo y lo hace bautizar, inscribiéndose luego en la Orden Tercera de San Francisco. Pasa luego a vivir en Nagasaki con el Beato Lucas Kiyemon, trabajando como carpintero. Hizo magníficos escondites para los misioneros. Descubierto y apresado, se mantuvo firme en la fe cristiana. Fue decapitado.

Todos estos mártires fueron beatificados el 7 de julio de 1867 por el papa Pío IX.

J. L. Repetto Betes, Año Cristiano. VIII, Agosto. Madrid, BAC, 2005, pp. 1002-1007


BEATO FRANCISCO DE SANTA MARÍA Y COMPAÑEROS MÁRTIRES DE JAPÓN ( 1627)

Después de la persecución de 1597, que dio al Japón el selecto grupo de 23 mártires guiados por San Pedro Bautista (6 de febrero), la Iglesia pudo disfrutar de un período de gran fervor bajo el emperador Cubosama y pudo difundirse ampliamente.

Una de las características del apostolado de los misioneros en tierras del Japón era el rodearse de activos colaboradores para el apostolado y las diversas necesidades. Los japoneses, al poseer perfectamente la lengua, conociendo las instituciones y las costumbres de los diversos lugares, eran una preciosa vanguardia de los misioneros. La catequesis de niños y de adultos en el período del catecumenado como preparación para el bautismo generalmente era confiada a catequistas japoneses. La asistencia a los enfermos en los hospitales o en las casas privadas, la ayuda a los pobres, los orfanatos para acoger a los niños abandonados o sin padres, eran encomendados a estos maravillosos cristianos, que repetían en el Japón los prodigios de los cristianos de la primitiva Iglesia.

Los mejores catequistas, los más formados espiritualmente, los que mostraban indicios de vocación, eran admitidos a la Tercera Orden o, inclusive, a la Primera Orden. Y así más ligados al apostolado misionero e imbuidos del espíritu franciscano trabajaban con mayor diligencia. Muchos de ellos fueron mártires por su fe.

Por otra parte, la obra de los franciscanos y de los jesuitas en el Japón se amplió con la apertura de esta misión a otras órdenes religiosas, entre ellas la de los agustinos y la de los dominicos. La rabia de los bonzos logró todavía influir, con amenazas y engañosos motivos políticos y económicos, en el corazón del emperador, que en 1614 publicó un edicto con el cual proscribía la religión católica, expulsaba a todos los misioneros, ordenaba derribar las iglesias y condenaba a muerte a cuantos persistieran en su fe.

Fue un inmenso incendio de fuego y sangre que se abatió sobre la floreciente Iglesia, que contaba entonces con más de dos millones de fieles. Se ensayaron suplicios de toda clase en el lapso de unos 18 años, sin respetar ninguna edad ni clase social.

Entre estos innumerables héroes de la fe se pudieron recoger las actas de los 205 mártires que fueron beatificados por Pío IX en 1867, pertenecientes a las órdenes de Santo Domingo, San Francisco, San Agustín y San Ignacio.

A la Orden de San Francisco pertenecen 45, de los cuales 18 a la Primera Orden, 15 a la Tercera, y los demás son familiares y amigos de ellos. A continuación nos referimos a los martirizados en Nagasaki el mes de agosto de 1627.

Beato Francisco de Santa María. Franciscano de la Primera Orden, sacerdote y mártir en Japón. Es nativo de Montalbanejo, provincia de Cuenca, España. Siendo joven fue admitido en la Orden de los Hermanos Menores, donde fue admirado por sus hermanos en religión a causa de sus virtudes y su inteligencia. El amor de Dios y de las almas lo movió a ofrecerse como misionero para dedicar su vida a la conversión de los infieles. En 1623, junto con el franciscano mejicano Bartolomé Laurel, llegó a Japón, donde desarrolló una dinámica actividad apostólica. Tuvo la fortuna de encontrar un óptimo catequista a quien en la cárcel podría luego recibir en la Orden de los Hermanos Menores en calidad de hermano, y que luego también lo acompañaría en el martirio: el Beato Antonio de San Francisco.

Francisco de Santa Marta pudo realizar un inmenso trabajo con su valeroso catequista, siempre lleno de celo, de valor y de espléndidas iniciativas, asiduo en la asistencia a los enfermos. Con otros terciarios bien formados espiritualmente tuvo la alegría de bautizar a muchos paganos.

Un día en Nagasaki era huésped del terciario Gaspar Vaz junto con Fray Bartolomé Laurel y algunos terciarios, cuando un grupo de guardias irrumpió en la casa y arrestaron a los dos religiosos y a ocho terciarios, incluidos Gaspar Vaz y María su mujer.

Mientras eran conducidos a la prisión encadenados, un joven japonés se enfrentó con valor al gobernador para reprocharle su crueldad y ofrecerse a morir con su maestro, fue recibido por éste en la Primera Orden y alcanzó da gracia del martirio: Fray Antonio de San Francisco.

El Beato Francisco, después de indecibles sufrimientos, sostenido e iluminado por la fe y la esperanza del cielo, fue quemado vivo el 16 de agosto de 1627 en Nagasaki, en la Santa Colina.

Beato Bartolomé Laurel. Religioso profeso de la Primera Orden franciscana y mártir en el Japón. Era nativo de México. Siendo joven vistió el hábito y profesó la Regla de San Francisco en calidad de religioso no clérigo. Se hizo compañero y amigo inseparable del Beato Francisco de Santa María, con quien en 1609 llegó a Manila (Filipinas), y de allí en 1622 arribó a las costas del Japón, donde trabajó intensamente como catequista.

Atendió a la asistencia de los enfermos en los hospitales, trabajó también como médico; preparaba a los fieles a recibir los últimos sacramentos y a los paganos a abrazar la fe cristiana. Dio continuos ejemplos de humildad, mortificación, modestia y celo apostólico.

Un día en Nagasaki era huésped de la familia de Gaspar Vaz junto con el Beato Francisco de Santa María y otros terciarios. La policía irrumpió en la casa y los arrestó; encadenados, fueron conducidos a la prisión.

Bartolomé Laurel, después de indecibles sufrimientos iluminados por la fe y el amor a Cristo, fue quemado vivo el 16 de agosto de 1627 en Nagasaki, en la Santa Colina.

Beato Antonio de San Francisco. Religioso profeso de la Primera Orden franciscana y mártir en Japón. Era japonés de nacimiento y de nacionalidad. Fue catequista del Padre Francisco de Santa María y terciario franciscano. Desarrolló incesantes obras de caridad entre los cristianos y los paganos de Nagasaki, los visitaba y asistía al Padre Francisco en su laborioso ministerio apostólico.

No estaba presente cuando fue apresado el misionero en la casa del Beato Gaspar Vaz, pero, avisado, corrió a donde el gobernador para enfrentarlo, gritándole: "Tú tienes una multitud de espías y verdugos. Considerables son las recompensas prometidas a los delatores. Pues bien, aquí delante de ti tienes un delator que viene a denunciar a un adorador de Cristo. Ese adorador soy yo, que hace muchos años me ocupo sin descanso en apoyar a los fieles y convertir a los paganos, muchos de los cuales han sido conducidos a la fe. Quiero que me des la recompensa por mi delación; quiero ser asociado a mi querido padre y maestro y a mis queridos hermanos en la prisión, en los padecimientos y en la muerte".

Antonio fue escuchado de inmediato, y en la prisión vio realizado otro ardentísimo deseo suyo, el de ser recibido en la Orden de los Hermanos Menores. Con vivísima alegría fue admitido al noviciado, cumplido el cual hizo la profesión en manos de su "padre y maestro de novicios", el P. Francisco de Santa María, en calidad de religioso no clérigo. En la historia de la Orden Franciscana quizás es de los pocos casos de una admisión, un año de noviciado y una profesión cumplidos en la cárcel.

Este valeroso cristiano, fiel catequista y ardiente franciscano, junto con otros dos religiosos y quien lo hospedaba, el Beato Gaspar Vaz, consumó su martirio en el fuego, mientras María Vaz y otros terciarios fueron decapitados. La constancia de estos intrépidos atletas dio un solemne testimonio de la fe y dejó pasmados a los mismos paganos.

En esta misma ocasión fueron muertos por odio a la fe algunos niños de tres y de cinco años, hijos de Gaspar y María Vaz. Sus nombres no aparecen en el decreto de beatificación. Su martirio tuvo lugar en Nagasaki en la Santa Colina o Monte de los Mártires, consagrado ya con la sangre de una multitud de mártires. Antonio de San Francisco sufrió el martirio el 17 de agosto de 1627.

Beatos Gaspar Vaz, María Vaz y Juan Romano. Mártires, japoneses nativos, de la Tercera Orden de San Francisco ( 1627-1628). Los esposos Gaspar y María Vaz habían dedicado su vida a la mayor gloria de Dios y a la evangelización de los fieles. Su casa se había convertido en otra casa de Betania, donde los tres hermanos, Lázaro, Marta y María, acogieron muchas veces a Jesús y a los apóstoles, con gran cordialidad. También la casa de Gaspar y María acogía a menudo a los misioneros y a los cristianos para alojamiento, comida, reuniones de fieles, celebración de la Eucaristía, etc. Así como en Roma las catacumbas acogieron a los primeros cristianos perseguidos, así durante la persecución del Japón los fieles se recogían en la casa de esta familia. Pero un día un traidor los denunció ante las autoridades. Fueron arrestados junto con sacerdotes y fieles, encerrados en una dura prisión y luego condenados a muerte. También ellos subieron a la Santa Colina, Calvario de su inmolación. Por Cristo y su fe sufrieron el martirio: Gaspar fue quemado vivo, María fue decapitada. Así juntos los dos heroicos esposos de la Betania de esta tierra, alcanzaron la Betania del cielo, ejemplo sobre todo para los esposos en un plan de vida dedicado a la caridad y a la hospitalidad.

Juan Romano, también japonés perteneciente a la Orden Franciscana Seglar, era fervoroso colaborador de los misioneros franciscanos. Los acompañaba en sus desplazamientos como catequista, asistente en las obras de caridad que florecían al lado de la misión. Los hospedaba en su casa y ponía a su disposición su propia barca para trasladarlos a las diversas islas. Junto con otros fieles, fue arrestado, maniatado y llevado a la cárcel de Omura, donde permaneció varios meses. La mañana del 8 de septiembre de 1628 fue sacado de la prisión, conducido a Nagasaki, donde en el Calvario japonés, la Santa Colina, nuevamente fue invitado a apostatar: "Estoy dispuesto a morir mil veces antes que traicionar mi fe y a Cristo a quien amo intensamente. Jamás me separaré de él". Junto con otros compañeros de martirio fue decapitado. De la tierra llegó al cielo, donde vive en la gloria de Dios.

Beato Martín Gómez. Terciario franciscano y mártir en Japón. Japonés de nacimiento y de nacionalidad, estaba inscrito en la Tercera Orden de San Francisco. Su padre era portugués, su madre japonesa. Había dado hospedaje a los misioneros cristianos, por lo cual fue arrestado y condenado a muerte, pues las disposiciones del gobierno prohibían absolutamente esta actividad. Invitado a renegar de su fe, rehusó enérgicamente hacerlo, afirmando que ni la muerte lo podría apartar de aquella fe tan profundamente arraigada en su corazón. El 17 de agosto de 1627 Martín Gómez fue llevado de la cárcel a la santa colina, donde junto con otros compañeros fue todavía invitado a renegar de su fe, pero todos permanecieron inconmovibles en la profesión de su religión. Fue decapitado y su alma coronada por la aureola del martirio voló a la gloria del cielo.

Beatos Miguel Kizaemon y Lucas Kiiemon. Japoneses, mártires, de la Tercera Orden Franciscana. Miguel nació en Conga, de padres japoneses, los cuales desde pequeño lo abandonaron. Fue acogido por los cristianos y confiado a la Santa Infancia, donde recibió el bautismo y una educación cristiana. De joven, fue entregado a un mercader español. Más tarde, pasó a la misión y fue acogido por el franciscano padre Rojas, quien lo inició en los estudios, lo hizo su catequista, y, a petición suya, lo inscribió en la Tercera Orden Franciscana. De Boniba, a donde había ido por motivos catequísticos, regresó a Nagasaki junto con su queridísimo amigo, también él activo catequista, Lucas Kiiemon, con quien trabajó para la gloria de Dios y el bien de las almas de 1618 a 1627. En tiempos de la furiosa persecución religiosa, dada la pericia que tenían como carpinteros, trabajaron en la construcción de refugios para esconder y salvar a los misioneros. Por estas múltiples actividades suyas, fueron reconocidos como cristianos, arrestados y llevados a la cárcel, donde pasaron varios meses. El 16 de agosto de 1627 fueron sacados de la cárcel, llevados a Nagasaki y conducidos hasta la colina santa o monte de los mártires. Allí fueron decapitados y así, con la palma del martirio, alcanzaron la gloria del cielo.

Extraído de G. Ferrini - J. G. Ramírez, Santos franciscanos para cada día. Santa María de los Ángeles-Asís, Ed. Porziuncola, 2000, pp. 304-305, 307-308, 331, 340 y 359-360

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